jueves, 11 de noviembre de 2010

Leyendas de Castilla. El caballero que llegó tarde al combate

Hemos decidido abrir una nueva sección, la cual tratara sobre leyendas medievales castellanas. Muchas de ellas ambientadas en sucesos o bajo la tutela de personajes, si no contemporáneos a nuestra época a recrear, si al menos muy cercanos en el tiempo.
Esperamos que os gusten.
Muchas de las leyendas castellanas tienen lugar en el período conocido como la reconquista, la mayoría con elementos mitológicos cristianos. Siempre me ha resultado curioso que existen una serie de elementos recurrentes que aparecen en múltiples de estas leyendas. En particular, la ayuda divina en forma de caballero desconocido que guerrea del lado de los ejércitos castellanos. Quizá la leyenda más conocida de este estilo es la referida a la participación de san Millán y Santiago, por lo que vamos a extractar una similar que acontece en tierras sorianas. Podemos encontrar leyendas parecidas a lo largo y ancho de Castilla, por lo que posiblemente su origen primigenio sea anterior al cristianismo mismo.

El caballero que llegó tarde al combate
Un poderoso ejército moro procedente de Gormaz, había acampado en el Vado de Cascajares. Allí fue a entablar combate con ellos Fernán González, acompañado de sus valerosas huestes formadas por los principales caballeros castellanos, entre los que se contraba Fernán Antolínez.
Fernán, caballero muy creyente, acostumbraba a ir a la iglesia al alba y permanecer orando sin salir hasta que hubiesen terminado todas las misas que se estuviesen diciendo.
Cerca del castillo de Santisteban, existía un magnifico monasterio, al que Fernán González había hecho cuantiosas donaciones y para el que trajo a ocho monjes del monasterio de San Pedro de Arlanza para que habitasen en él.
Aquel día en que el conde esperaba se diese la batalla contra los moros, se decía la primera misa en aquel lugar. Los caballeros entraron en el santuario y oyeron devotamente la misa. Una vez terminada, tomaron sus armas y partieron raudos en pos de las tropas árabes, que situadas en el vado de Cascajares, esperaban pasar a la otra parte.
Fernán Antolínez, sin percatarse del hecho y siguiendo su costumbre, permaneció en la iglesia hasta que terminaron todas las misas que se estaban celebrando, orando con profunda emoción.
Mientras tanto, las tropas castellanas se enfrentaban a las huestes moras, librándose una encarnizada batalla en la que los castellanos luchaban esforzados, atacando con recia bravura a los moros, que caían bajo el empuje de sus lanzas.
Hasta la puerta del santuario llegaban los ecos del combate, y desde allí lo presenciaba el escudero de Fernán Antolínez, quien guardando su caballo y sus armas esperaba a que éste saliera de la iglesia. Imaginaba que se había retrasado por cobardía, por lo que indignado llamaba a gritos a su señor para que acudiese al combate.
Fernán Antolínez, profundamente sumido en sus oraciones no escuchaba a su escudero y seguía atentamente el sacrificio de la misa. Quiso Dios recompensar aquel fervor religioso con un portentoso milagro, librando a su vez al caballero de la vergüenza y el oprobio.
Ni Fernán González ni sus caballeros echaron de menos en el combate a Fernán Antolínez, sino que por el contrario, le vieron luchar con gran arrojo y bravura, introduciéndose entre las filas enemigas y dando muerte a un gran número de enemigos con un heroísmo superior al de todos los combatientes. Pese a ser herido varias veces, continuó luchando, hasta alcanzar la enseña mora y apoderarse de ella, desmoralizando con su acción a los ejército árabes. Tras la toma de la bandera los ejércitos moros huyeron en desbandada.
Más de quince mil moros quedaron muertos, y tan sólo cuatrocientos cristianos y así se ganó la famosa batalla de San Esteban de Gormaz, victoria debida en gran parte a Fernán Antolínez.
Fernán González quiso premiar tal ejemplo de heroísmo, pero después de buscar por todo el campo al héroe, no se le pudo hallar ni vivo ni muerto.
Supo, al fin, que Fernán Antolínez se hallaba en la iglesia, sin atreverse a salir, confuso y avergonzado de que se hubiese terminado la batalla sin haber tomado parte en ella. Fueron a buscarle a la iglesia, y allí le encontraron con las mismas heridas que había recibido aquel divino personaje que llevaba sus armas en el combate y que había lidiado por él. Admirados, los castellanos reconocieron el prodigio divino, Dios había enviado un ángel que tomando la figura y armas de Antolínez, había luchado a su lado hasta conseguir la victoria.

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